La lectura y la escritura son procesos inventados por el ser humano. Anteriormente, el cerebro no contaba en su estructura con áreas dedicadas al aprendizaje de estos procesos. Sin embargo, el cerebro humano ha ido adaptando ciertas áreas para poder llevar a cabo la lectura y la escritura tal y como las conocemos en nuestros días. ¿Qué ocurre con aquella parte de la población que no puede llevar a cabo estos aprendizajes sin una ayuda específica? Estamos hablando del alumnado con trastorno específico de aprendizaje unido a la lectura o a la escritura, más conocido como dislexia.
Según la Asociación Internacional de Dislexia (IDA, 2002; Lyon, Shaywitz y Shaywitz, 2003), la dislexia se considera una Dificultad Específica de Aprendizaje (DEA) de origen neurobiológico, caracterizada por la presencia de dificultades en la precisión y fluidez en el reconocimiento de palabras (escritas) y por un déficit en las habilidades de decodificación (lectora) y deletreo (ortografía). Estas dificultades son normalmente consecuencia de un déficit en el componente fonológico del lenguaje y se presentan de manera inesperada, ya que otras habilidades cognitivas se desarrollan con normalidad, y la instrucción lectora es adecuada.
A pesar de que este trastorno lo podemos encontrar en el 7-10% de la población, todavía en el mundo educativo la dislexia es la gran desconocida y uno de los trastornos que más tardíamente se está diagnosticando. El alumnado que presenta dislexia no es alumnado vago, ni inmaduro, ni falto de interés o atención, bloqueo socio-emocional o académico. Durante los primeros años de escolarización, en la etapa de primaria, estas son las etiquetas que se les suele atribuir y que tienen que escuchar trimestre tras trimestre muchos padres y madres cuando hablan sobre el rendimiento académico de sus hijos e hijas. En un número alto de ocasiones, son los propios progenitores los que advierten al centro escolar sobre lo que está ocurriendo con su hijo o hija, señales de alerta relacionadas con la dislexia que no están siendo atendidas.
Durante el primer ciclo de primaria (1º y 2º) es importante poner la atención en cómo se está llevando el aprendizaje del código alfabético (mayúsculas o minúsculas), es decir, la conversión fonema-grafema y automatización de estas relaciones. A este perfil de alumnado le suele costar automatizar los códigos y a la hora de leer realizan inversiones de letras, omisiones, rectificaciones y saltos de línea. Además, la velocidad lectora suele ser más lenta con respecto a sus iguales. Aunque también podemos encontrar estos rasgos en alumnado sin dificultades en lecto-escritura, la diferencia con el alumnado disléxico es que las dificultades perduran en el tiempo. Asimismo, dos características que encontramos en el alumnado disléxico es la baja memoria de trabajo, así como la baja velocidad de procesamiento; procesos indispensables en el aprendizaje de la lectura y escritura.
En cursos posteriores, además de todo lo mencionado anteriormente, también se suele ver afectada la comprensión. Esto suele ser consecuencia de la no automatización de este proceso, por lo que el cerebro debe utilizar la mayor parte de los recursos en la decodificación, quedándole pocos recursos para la comprensión. En esta etapa, la velocidad lectora sigue siendo más baja que la de sus iguales, por lo tanto, deben realizar un sobresfuerzo para afrontar textos cada vez más exigentes.
En definitiva, no debemos olvidar que se trata de un trastorno neurobiológico, es decir, que perdura en el tiempo, aunque las señales sean diferentes en cada etapa de la vida.
Tras numerosas investigaciones hoy por hoy podemos afirmar que la dislexia tiene un componente hereditario importante, por lo cual toda información aportada por la familia sobre sus propias experiencias con la lectura, escritura e incluso con la propia escuela, ayudaría al profesorado a estar más atento a la hora de identificar esas señales de alerta en los primeros años de escolarización.
En los centros educativos todavía hay mucho desconocimiento sobre la dislexia, por lo tanto, es primordial que el profesorado conozca las señales de alerta de este trastorno durante las diferentes etapas educativas, así como las medidas educativas pertinentes. Un diagnóstico precoz ayuda a garantizar una educación de éxito, siempre que se lleven a cabo las medidas adecuadas para ayudar a superar sus dificultades en relación a las capacidades. Además, el diagnóstico precoz es imprescindible para evitar un posible fracaso escolar y problemas de autoestima.
El sistema educativo del siglo XXI debe dar cabida a todos los estilos de enseñanza-aprendizaje, esto quiere decir que los canales de transmisión de contenidos tanto por parte del profesorado como del alumnado deben ser variados y adaptados a la gran riqueza de capacidades, habilidades y dificultades para que todo alumno y alumna pueda encontrar su estilo.
Desde Dislegi, ofrecemos orientación, ayuda y los recursos necesarios a familias, escuelas y especialistas. Nuestro objetivo es apoyar a las personas con dislexia y a sus familias, asesorando y ofreciendo herramientas para reducir el impacto académico y social de la dislexia.
Autora: Arantza Elgezabal. Logopeda y psicopedagoga. Orientadora de Dislegi.