En el silencio de la noche me hago carne de vuestra carne, me hago uno de vosotros/as.
El Dios de Israel le dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo, he oído su clamor y he bajado a salvarlo. Ve, pues, yo te envío” (Ex 3). Hoy Dios sigue viendo y escuchando a este su mundo, criatura de sus manos. Escucha los gritos del planeta herido de muerte por el cambio climático; está viendo como la pandemia de la Covid 19 ha matado ya a 5,11 millones de personas; observa cómo la estructura económica de nuestro mundo sigue matando y ya hay más de 224 millones de empobrecidos que se han quedado atrás; acompaña a los migrantes que sobreviven en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, a los que se lanzan a las aguas del Mediterráneo, a los que están a oscuras y pasando frío por los precios de la luz…
No tenemos más que abrir los ojos y afinar el oído. ¡Verás y oirás! ¿Y reaccionarás?
Él se hace uno de nosotros/as para recordarnos que cada ser de este universo tiene algún sentido, algún significado y algún mensaje que comunicarnos. Nadie es prescindible. Todo es lenguaje del amor de Dios.
Él se hace carne de nuestra carne y nos hace caer en la cuenta -si es que todavía alguno no lo cree- que todo está íntimamente conectado. Necesitamos tener una visión más amplia de la realidad en la que vivimos porque somos una red tejida con el hilo de infinitud de culturas, razas, lugares, personas, con sus sueños y proyectos. Si un trozo de hilo se rompe, la fraternidad – lo que nos hermana- se va deshilando y no nos queda más que coger la “aguja” de la fraternidad, justicia, compromiso y fidelidad.
Se hace uno de nosotros para que volvamos a poner el foco en que este mundo en el que vivimos es nuestra casa común y en que es la propia vida humana la que está en juego cuando se descuida ese hogar. No basta decir que debemos pensar en las futuras generaciones, sino que está en juego nuestra propia dignidad, el sentido y la misión de nuestro paso por esta tierra.
Si quieres ser como María y José que han buscado un lugar donde yo pueda nacer mínimamente con dignidad; si quieres ser como los pastores – los últimos de la sociedad- que han recibido el anuncio de mi nacimiento y no han dudado en venir a conocerme; si quieres ser como esos sabios de tierras lejanas que rápidamente se pusieron en camino guiándose por una estrella… No olvides el verdadero sentido de la Navidad: “Yo soy, soy yo”, un Dios hecho uno de vosotros, que sigue escuchando y viendo el clamor de su pueblo y que, desde mi pequeñez y humildad, te envío a ti al mundo.
Y vosotros/as, educadores, naced conmigo de nuevo en esta Navidad, renovando así vuestro compromiso por y con los niños, niñas y adolescentes, renovando la pasión por una educación que pone a la persona en el centro y al alumno como protagonista de su aprendizaje. Naced conmigo, renovando la apuesta por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Naced conmigo, unid esfuerzos, tejed redes, vivid la auténtica Navidad, porque juntos seréis y seremos la luz que guie a la humanidad.
Autora: Ana Unzurrunzaga Hernández, Teóloga-Biblista y Pastoralista, Nuestra Señora del Carmen Ikastetxea, Bilbao