En estos momentos en el que se nos imponen tantos y tan estrictos límites, en el que queda más al descubierto la limitación, la desesperación, tanta pobreza, los próximos días nos ofrecen un momento para acoger y vivir otro tipo de mensaje liberador y salvador: sin miedos y sin límites, con paz y sosiego, guardar todas estas cosas -todo lo que está sucediendo- y pasarlos por nuestro corazón (Cf. Lc 2,10.19; 51b). Esta propuesta no es nueva; hace algo más de 2000 años, también se dio. No obstante, en nuestras manos está hacerla nueva. Además, se dio en torno a un Nacimiento producido en medio de la noche y de manera inesperada. Aquel acontecimiento dio otro color a nuestra historia. Quizás pueda dárselo también al nuestro. Por si nos animamos a ello, recordamos algunos detalles de aquel momento; pues bien podemos decir que, hoy también, andamos y nos sentimos en la oscuridad de la medianoche. Pero, al mismo tiempo, puede que esta hora pueda ser la mejor para captar mejor un haz de luz, como lo fue para los Sabios de Oriente cuando se encontraron con la brillante estrella que les guio (Cf. Mt 2, 2); o, como aquellos pastores, que mientras dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño una luz les envolvió y fue ocasión de escuchar una gran alegría (Cf. Lc 2, 9-11).
En la oscuridad de medianoche que también se puede dar en nuestra vida, en nuestro entorno, cualquier pequeña luz puede resultar salvadora y de gloria.
En el silencio de la medianoche que podemos vivir, una palabra especial que se nos regala puede resultarnos una buena noticia que aminore el miedo, la desesperación (Cf. Lc 2, 13). Acompañados o solos/as, más despacio o un poco más rápidamente. Pero, siempre, haciéndonos conscientes de esa fuerza interior que nos ha sido dada. Ayer y hoy. ¡Eso nos llena de esperanza! Pero, claro, necesario dar un paso más para que lo que podamos ver y escuchar resulte acontecimiento, experiencia.
Nosotros, también, apartándonos un poco de la vorágine en la que nos encontramos, podemos decirnos unos/as a otros/as, como se dijeron aquellos: “Vayamos hasta Belén y veamos lo que ha sucedido” (Lc 2, 15); porque en estas celebraciones, con toda humildad y sencillez, se nos ofrece una Luz y Palabra de Salvación: “Y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 16). Además, el niño nació en un lugar y en un sitio inesperado, pero ello no mermó su dignidad, no cambió el nombre que se le dio. Su dignidad, hasta el final, permaneció intacta: Emmanuel, Jesús, Dios-con-nosotros.
Descubrir un mensaje así, puede abrir nuevas rutas en nuestro caminar de cada día, como sucedió a los Sabios: “Después, se retiraron a su país por otro camino” (Mt 2, 12); o como sucedió a los pastores: “Se volvieron glorificando y alabando a Dios” (Lc 2, 20). Sabiendo, que, como decía Ireneo, padre de la Iglesia, que la gloria de Dios es que el hombre/la mujer viva. Por lo tanto,…
… encontrarse con la Palabra que da Vida lleva consigo: ser buena noticia y luz para los/as demás.
Desde Aquel que Nació, cuidar la dignidad y la gloria que se le ha regalado a cada persona por el hecho de haber nacido. Don y, por ello, tarea y responsabilidad: con uno/a mismo/a, con los/as demás -especialmente, con los/as más vulnerables- y con la creación.
Además, parece que, en estos días, hasta el mismo cosmos nos va a hacer un regalo especial: la posibilidad de ver ‘La Estrella de Belén’. ¿Casualidad, providencia, misterio?
Asentándonos en nuestra dignidad como personas y con los pies en la tierra, en este año y circunstancias, especialmente, no perdamos la oportunidad para ensanchar nuestra Mirada y acoger la Palabra en nuestro corazón.
Para cada uno/a y para todos/as, ¡buena Navidad!
Autora: Arantza Jaka, responsable de Pastoral en Kristau Eskola