“No será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime”
(Papa Francisco, Laudato Si’ 216)
Así decía el Papa Francisco hace 5 años, cuando publicaba su Encíclica Laudato Si’: “Necesitamos mística para resolver los graves problemas de nuestro mundo”.
Atravesamos una grave crisis socioambiental, desconocida en la historia, que amenaza severamente las bases de nuestro modo de producción y consumo. Sabemos que es insostenible. No podemos continuar extrayendo energía de combustibles fósiles, ni producir y desechar una ingente cantidad de plásticos, ni despilfarrar o contaminar la escasa agua dulce del planeta. No podemos esquilmar las pesquerías, ni acidificar los océanos.
Necesitamos limitar el uso de pesticidas y de fertilizantes, proteger especies, salvaguardar santuarios naturales.
Las tareas se nos acumulan. El mayor daño que hemos infligido a nuestra casa común, la Tierra, ha sucedido en los dos últimos siglos, pero muy especialmente en los últimos treinta años. Hemos puesto en marcha una máquina de destrucción masiva, que no sabemos cómo detener. Como humanidad estamos orgullosos de todas las personas que han salido en este tiempo de la pobreza extrema, unos 800 millones, principalmente chinos, así como de la mejora en esperanza de vida, en salud reproductiva, en educación, etc. Pero no podemos seguir por la misma vía: es carretera cortada que conduce a la destrucción del mundo tal como lo hemos conocido. A día de hoy ya sabemos que necesita una completa transformación.
Hay argumentos que tratan de acallar las voces que nos alertan de nuestro estado de alarma. Transitan por dos vías: de un lado, dicen que la expansión del mercado internacional liberará de la extrema pobreza a todas las personas del planeta. Solo hace falta extenderlo más. Olvidan decir que el crecimiento de estas tres últimas décadas se ha realizado a costa de un aumento masivo de la desigualdad.
Nunca generaremos tanta riqueza como para satisfacer el ansia de tener de los más ricos.
De otro lado, aseguran que la tecnología nos liberará de los riesgos medioambientales. Dicen que dispondremos de los avances tecnológicos necesarios para disfrutar de los bienes de la naturaleza sin destruirla.
De este modo, intentan infundir serenidad e impedir los cambios realmente necesarios, que consisten en un nuevo modo de vida, personal, colectivo y societario y otra forma de generar prosperidad y de distribuirla. Precisamos otro estilo de vida, sobrio, respetuoso con el medioambiente y generoso con los últimos.
Otra forma de producir, basada en energías renovables y sustentada sobre una economía circular que recicle lo que hoy son desechos.
Otra política que anteponga el bien de todos los seres humanos, en especial de los más pobres, y el respeto de la naturaleza a los dictados de los mercados. Una política que generará una nueva fiscalidad, gravando a los que más tienen, para que los que no tienen nada puedan vivir con dignidad. En realidad, se trata de una verdadera y necesaria “revolución cultural” (Laudato Si’ 114).
El desafío es tan desproporcionado que enseguida caemos en la cuenta de la verdad que nos dice el Papa Francisco. Estos problemas no los vamos a resolver solo con información, ni con doctrinas, ni con tecnología, si bien precisaremos de todas ellas.
Necesitaremos una mística profunda, una conversión del corazón que nos resitúe ante la vida en el planeta.
Esta convicción no es únicamente suya. Al contrario, son ya muchos los científicos que han comenzado a promover encuentros con gentes de diversas religiones, convencidos de que con sus números, informes y advertencias no basta. El lenguaje de la catástrofe paraliza o desespera.
Estamos sedientos del lenguaje de la belleza, del cuidado, del reconocimiento del don de la vida en la naturaleza. Esperamos que el agradecimiento por la vida transforme nuestra mirada sobre la creación, dejando a un lado nuestro afán depredador y abriéndonos a una contemplación agradecida de la creación que nos ha sido regalada.
Necesitamos una mística en que nos reconozcamos unidos a todo lo creado, responsables de las realidades, por pequeñas que sean, celebrantes de la vida y protectores de los más pobres. Un desafío en el que comprometernos enteramente.
Autor: Patxi Álvarez de los Mozos. Jesuita. Colaborador de la ONG ALBOAN.